8 ene 2017

La comida al final del siglo XXI

Somos animales de costumbres, seguimos una rutina y tomamos decisiones de pequeña relevancia diaria. Nos gusta estar en nuestra zona de confort y hay planteamientos que ni tan siquiera nos cuestionamos ya que lo más probable es que nos diesen algún dolor de cabeza. Hecho que sucede incluso en aquellos espacios de crítica constante y reflexión permanente; donde sigue habiendo verdades inamovibles.

En torno a la alimentación surge un movimiento cultural tras la segunda mitad del siglo XX, diversificado en varias ramas e incluso opuestas entre sí. Surge la tecnificación exponencial del desarrollo alimentario que nos permite mejorar de forma más precisa y eficiente aquello que comemos, con mayor calidad y menor consumo de recursos. Desde una faceta más social, también surgen diferentes formas de comprender la alimentación, como podría ser la visión arcadiana (con gran incidencia desde el movimiento hippie y el surgimiento del ‘new age’) que plantea un uso de tecnologías primitivas en el sector primario (dando gran importancia a este), encontrando cierta comparación con la secta de los ‘amish’ y en contraposición a la tecnificación de los medios de producción. Nos encontramos también con el surgimiento del Movimiento de Liberación Animal en busca de la superación del especismo y, con ello, hay una gran incidencia en el desarrollo de la alimentación vegetariana (y vegana, así como derivaciones de estas) de manera deliberada.

Si estás leyendo este texto, conocerás las diferencias entre dieta “vegetariana” y “vegana” pero si no es el caso, la dieta vegetariana suprime la carne, pero acepta proteínas de origen animal como pudiera ser la leche (y sus derivados) o el huevo, por ejemplo; mientras que la dieta vegana no contiene proteína alguna de origen animal.

A día de hoy es bastante habitual encontrarnos con personas que optan por un estilo de alimentación vegetariano (y sucesivos) frente a la normatividad de la dieta habitual con ingesta cárnica, siendo más habitual en espacios progresistas y/o con concepciones más cosmopolitas (que no necesariamente tienen que ir unidas). Dicha opción puede surgir por diversos motivos, el más habitual, como comento más arriba, se basa en evitar el especismo; evitar el sufrimiento animal y la necesidad de la explotación de estos para que podamos vivir. Tienes otros planteamientos como la reducción de la huella de carbono que produce la ganadería.

Frente a esta decisión personal, tu cuñado o el cuñado de tu vecino te recordará, sin haberle preguntado, que “eso no puede ser sano”. Y tendría toda la razón del mundo si quien opta por esta forma de alimentarse, sólo comiese lechuga. Una dieta omnívora y variada es una dieta saludable en base a la evolución humana y que requiere de menor dedicación a la hora de configurar tu menú semanal. Sin embargo, esto no significa que una dieta vegetariana no sea saludable. Sí lo es, siempre que seas consciente de la realidad nutricional que supone y sepas cocinar más allá de la ensalada. Tampoco tendrás una dieta saludable si mantienes una dieta omnívora de fritos y ensalada. Pero recuerda, es su dieta, no la tuya, no seas el cuñado de turno.

Independientemente de la cultura a la que hagamos referencia, e indistintamente de la época, nos encontramos con un punto común en todas ellas; es la comida y la forma que adopta como nexo social entre semejantes. La hoguera en la prehistoria, la cerveza y el pan en el antiguo Oriente, las despensas llenas de especias, los fermentos y encurtidos que han nutrido todos los continentes en invierno, la paella de los domingos; son ejemplos de cómo la comida sirve de nexo de unión a la comunidad.

El movimiento vegetariano lleva años luchando por cambiar (a mejor) la concepción de la sociedad sobre el tipo de alimentos que debemos de consumir, haciéndonos más responsables sobre nuestra alimentación y el entorno que nos rodea. Es una gran lucha, y es una lucha necesaria, aunque sería injusto afirmar que toda ella recae sobre un único movimiento, pero ya me entendéis. Sin embargo, en ningún momento plantea un cambio de paradigma en la forma en la que comemos. Con una pezuña en el plato o con una hoja de lechuga, acabas comiendo en la mesa, no te planteas que puedan existir otras opciones.

Querer ir más allá es de locos, o quizá no. En otras épocas, donde trabajabas medias jornadas de doce horas y llegabas a casa para dormir, tenía sentido que el bocadillo (de pan con pan) y el plato de caldo, en torno a la mesa (literal o figurada), fuesen los únicos momentos del día en los que tuvieses la oportunidad de socializar. A día de hoy, la realidad es bien distinta, aunque sigamos siendo esclavos de nuestro trabajo (al menos, por ahora). Vivimos en una época de mucha información y de constante socialización con todo el mundo, hasta se rompen las barreras del idioma con relativa facilidad. Las múltiples formas de socialización que tenemos hoy, eran impensables ayer y, todo hace pensar que en el futuro irá a más.

No hay muchos términos que signifiquen lo mismo, suelen matizar cuestiones, aunque no lo sepamos y usemos dicho término de manera incorrecta. Alimentarse no es lo mismo que comer. Mientras que la alimentación es una función biológica de todo ser vivo, comer tiene una función social. Comer es un remanente de tiempos pasados en los que el tiempo libre era escaso y la oportunidad de socializar estaba vinculada a la hora de alimentarse.

Hoy en día nos alimentamos fatal y eso que los productos que encontramos en el supermercado son mejores que nunca; son la utopía distópica de la Arcadia. ¿Por qué pasa esto? Las razones son muchas y todas tienen su parte de influencia. La Mujer se emancipa y empieza a trabajar, por lo que deja de tener tiempo para cocinar para la familia, cada vez es mayor la parte de la población que no sabe cocinar, la industria alimentaria gana más dinero con la comida elaborada y te incita a que la compres (que no es mala, pese a la creencia habitual), no tienes tiempo para cocinar, no te apetece o te da pereza. Y, en definitiva, acabamos buscando la caloría más barata, lo cual nos pasa factura en nuestro organismo mientras nos quejamos de la dieta de los demás.

Nuestro ritmo de vida, voluntario o no, rompe con la necesidad de socializar a la hora de alimentarnos. También nos gusta tener un rato de desconexión, un tiempo para pensar con tranquilidad. Seguimos el ritual social de cocinar esa caloría barata que hemos comprado, nos sentamos en la mesa, comemos a toda velocidad, recogemos y aún tenemos que limpiar y fregar; menuda pérdida de tiempo. Y, además, luego el estómago te hace ruidos raros porque no te alimentas bien.

Asumiendo que la faceta social está presente a lo largo de todo el día, que no hay necesidad real de comer (como ritual social) y que por mucho que mires tu alimentación diaria, salvo que cuentes con ayuda de nutricionistas, llevar una dieta equilibrada es complicado y lleva mucho tiempo y dinero. Desde un punto de vista materialista, lo adecuado sería conseguir un alimento totalmente equilibrado, barato y si no hace uso del especismo, mejor.

A principios de 2013, descubrí a Rob Rhinehart y su proyecto (Soylent). Soylent se define como comida 2.0 y es un compuesto nutritivo fabricado con la intención de sustituir todas las necesidades alimenticias del ser humano. Desde que empezó con una campaña de micro mecenazgo hasta el día de hoy, ha pasado mucho, la receta inicial (que no se comercializaba) mejoró e incluso hay una empresa en España que produce su propio producto (Satislent) aunque el principal productor en Europa es Joylent. Se trata de unos polvos elaborados en laboratorio para que no les falte ningún macro ni micronutriente necesario para el cuerpo y están elaborados, principalmente, con harina de soja y con harina de avena, siendo vegetariana y teniendo versión vegana. En la web de cada producto se encuentra la lista de todos los ingredientes que contienen dichos compuestos.

A principios de agosto, tras seguir el proyecto desde que era tan solo una idea, después de leer mucho y meditarlo, decidí lanzarme y probar Joylent (Soylent no se vende en Europa) por los hechos que he expuesto antes y por los que expondré más adelante. Antes de probarlo, deberías asegurarte de que no tienes alergia a ninguno de sus ingredientes y comprender que está calculado para unos estándares metabólicos determinados (con los que coincido), aunque no deberías tener ningún problema si adaptas las raciones y te revisas la tabla nutricional. Viene en bolsas cerradas herméticamente del tamaño de la ración diaria recomendada, que te distribuyes a lo largo del día. Tiene varios sabores y aunque al principio la textura resulta extraña, al final te acostumbras; es más líquida que una papilla. Hasta el día de hoy, lo he tomado a diario como único alimento y, por el momento, no tengo intención de dejarlo. Pasas a tener una dieta equilibrada, siempre que hagas cuatro o cinco ingestas diarias (desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena), no pasas hambre (tampoco sientes la necesidad de comer), tienes más energía y hasta puedes hacer deporte. Regulas la función intestinal y cambias tu olor corporal, haciéndote más sensible al de quien te rodea y al tuyo propio si un día concreto tomas algo diferente (si no comes carne, sabrás de lo que hablo). Tras mes y medio, a finales de septiembre, acudí a hacerme análisis de sangre y, tras compararlos con los del año anterior, mostraban una reducción del colesterol y estabilización del resto de parámetros.

Alimentándote así estás rompiendo un tabú cultural muy importante y que la sociedad no se cuestiona. Lo normal son las preguntas, muchas preguntas, y muchos cuñados. Están los típicos que te dicen que te vas a poner como un ‘tete’ con esos batidos de proteínas, a lo cual sonríes y asientes. Está quien te mira con desprecio. Quien no lo entiende, “si las croquetas son lo mejor del mundo y tú quieres alimentarte de batidos”. Quienes afirman que “eso no puede ser bueno y te vas a poner malo”. A quien no le gusta, pero entiende que no es decisión suya. Quien te hace bromas (sin mala intención). Quien cree que te ofende. Quien trata de darte envidia comiendo algo que casualmente no te gusta. Quien afirma que “no es natural”. Quien te dice que “eso seguro que son todo químicos”, como si no consumiesen a diario NaCl y largas cadenas de C12H22O11, así como diversos productos ricos en carbono. Quien siente curiosidad y te pregunta por el día a día o por los batidos. Quien se anima a probarlos e incluso quien se los compra para sí.

Sin duda, surgen muchas anécdotas y cada una de ellas te hace reflexionar sobre la concepción cultural de la sociedad y de aquellas personas que te rodean. Es un proceso de aprendizaje antropológico el que vive aquella persona que decide optar por romper con este tabú, tan anclado en las sociedades en las que vivimos. Dentro de los espacios progresistas en los que me muevo, donde debería subyacer el materialismo como corriente filosófica, es quizá donde más oposiciones firmes he encontrado en contra, incluso provenientes de personas vegetarianas usando los mismos argumentos que más de una vez se habrán tenido que escuchar, pero también ha sido donde más posiciones a favor he encontrado, junto a los espacios científicos. Independientemente de tu grado de sociabilidad, entiendes el paradigma cultural que supone lo que haces y si un día vas a cenar con tus amistades, no llevas el batido, porque ahí, la cena, sí tiene una función social y lo que buscas no es necesariamente alimentarte si no desarrollar las construcciones sociales en torno a tu círculo de amistad, al menos, mientras no se pasen a los batidos.

Además de un planteamiento filosófico, alimentarse así es un ejercicio de responsabilidad para con el entorno y con la sociedad. La tecnificación de la agricultura permite mayores producciones con menor cantidad de recursos, lo cual se traduce en una menor huella de carbono en la alimentación. Con esta forma de alimentarse, estás reduciendo la industria ganadera (responsable de una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero) y gran parte de la industria agrícola dedicada a la explotación para piensos. Uno de los principales paradigmas con los que nos encontramos, es el incesante crecimiento de la población humana, que no hace sino aumentar el consumo de recursos del planeta, siendo estos limitados. Habrá quien diga que el problema es el modelo de producción, y tiene razón, a medias, el modelo capitalista hace que se produzca más comida de la que se consume y el resto acaba en la basura, pero el problema no se resuelve llevando a unos países la comida que sobra en otros, si no que todos los países produzcan en función de sus necesidades y no basta con usar el mismo número de hectáreas (o más) distribuidas en más países si no disminuir la superficie de producción agrícola convirtiéndola en terreno forestal y haciendo que el terreno de cultivo sea más productivo gracias al desarrollo tecnológico de la agricultura y a la propiedad de los medios de producción.

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Desde 'Joylent & Me'

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