8 ene 2017

La comida al final del siglo XXI

Somos animales de costumbres, seguimos una rutina y tomamos decisiones de pequeña relevancia diaria. Nos gusta estar en nuestra zona de confort y hay planteamientos que ni tan siquiera nos cuestionamos ya que lo más probable es que nos diesen algún dolor de cabeza. Hecho que sucede incluso en aquellos espacios de crítica constante y reflexión permanente; donde sigue habiendo verdades inamovibles.

En torno a la alimentación surge un movimiento cultural tras la segunda mitad del siglo XX, diversificado en varias ramas e incluso opuestas entre sí. Surge la tecnificación exponencial del desarrollo alimentario que nos permite mejorar de forma más precisa y eficiente aquello que comemos, con mayor calidad y menor consumo de recursos. Desde una faceta más social, también surgen diferentes formas de comprender la alimentación, como podría ser la visión arcadiana (con gran incidencia desde el movimiento hippie y el surgimiento del ‘new age’) que plantea un uso de tecnologías primitivas en el sector primario (dando gran importancia a este), encontrando cierta comparación con la secta de los ‘amish’ y en contraposición a la tecnificación de los medios de producción. Nos encontramos también con el surgimiento del Movimiento de Liberación Animal en busca de la superación del especismo y, con ello, hay una gran incidencia en el desarrollo de la alimentación vegetariana (y vegana, así como derivaciones de estas) de manera deliberada.

Si estás leyendo este texto, conocerás las diferencias entre dieta “vegetariana” y “vegana” pero si no es el caso, la dieta vegetariana suprime la carne, pero acepta proteínas de origen animal como pudiera ser la leche (y sus derivados) o el huevo, por ejemplo; mientras que la dieta vegana no contiene proteína alguna de origen animal.

A día de hoy es bastante habitual encontrarnos con personas que optan por un estilo de alimentación vegetariano (y sucesivos) frente a la normatividad de la dieta habitual con ingesta cárnica, siendo más habitual en espacios progresistas y/o con concepciones más cosmopolitas (que no necesariamente tienen que ir unidas). Dicha opción puede surgir por diversos motivos, el más habitual, como comento más arriba, se basa en evitar el especismo; evitar el sufrimiento animal y la necesidad de la explotación de estos para que podamos vivir. Tienes otros planteamientos como la reducción de la huella de carbono que produce la ganadería.

Frente a esta decisión personal, tu cuñado o el cuñado de tu vecino te recordará, sin haberle preguntado, que “eso no puede ser sano”. Y tendría toda la razón del mundo si quien opta por esta forma de alimentarse, sólo comiese lechuga. Una dieta omnívora y variada es una dieta saludable en base a la evolución humana y que requiere de menor dedicación a la hora de configurar tu menú semanal. Sin embargo, esto no significa que una dieta vegetariana no sea saludable. Sí lo es, siempre que seas consciente de la realidad nutricional que supone y sepas cocinar más allá de la ensalada. Tampoco tendrás una dieta saludable si mantienes una dieta omnívora de fritos y ensalada. Pero recuerda, es su dieta, no la tuya, no seas el cuñado de turno.

Independientemente de la cultura a la que hagamos referencia, e indistintamente de la época, nos encontramos con un punto común en todas ellas; es la comida y la forma que adopta como nexo social entre semejantes. La hoguera en la prehistoria, la cerveza y el pan en el antiguo Oriente, las despensas llenas de especias, los fermentos y encurtidos que han nutrido todos los continentes en invierno, la paella de los domingos; son ejemplos de cómo la comida sirve de nexo de unión a la comunidad.

El movimiento vegetariano lleva años luchando por cambiar (a mejor) la concepción de la sociedad sobre el tipo de alimentos que debemos de consumir, haciéndonos más responsables sobre nuestra alimentación y el entorno que nos rodea. Es una gran lucha, y es una lucha necesaria, aunque sería injusto afirmar que toda ella recae sobre un único movimiento, pero ya me entendéis. Sin embargo, en ningún momento plantea un cambio de paradigma en la forma en la que comemos. Con una pezuña en el plato o con una hoja de lechuga, acabas comiendo en la mesa, no te planteas que puedan existir otras opciones.

Querer ir más allá es de locos, o quizá no. En otras épocas, donde trabajabas medias jornadas de doce horas y llegabas a casa para dormir, tenía sentido que el bocadillo (de pan con pan) y el plato de caldo, en torno a la mesa (literal o figurada), fuesen los únicos momentos del día en los que tuvieses la oportunidad de socializar. A día de hoy, la realidad es bien distinta, aunque sigamos siendo esclavos de nuestro trabajo (al menos, por ahora). Vivimos en una época de mucha información y de constante socialización con todo el mundo, hasta se rompen las barreras del idioma con relativa facilidad. Las múltiples formas de socialización que tenemos hoy, eran impensables ayer y, todo hace pensar que en el futuro irá a más.

No hay muchos términos que signifiquen lo mismo, suelen matizar cuestiones, aunque no lo sepamos y usemos dicho término de manera incorrecta. Alimentarse no es lo mismo que comer. Mientras que la alimentación es una función biológica de todo ser vivo, comer tiene una función social. Comer es un remanente de tiempos pasados en los que el tiempo libre era escaso y la oportunidad de socializar estaba vinculada a la hora de alimentarse.

Hoy en día nos alimentamos fatal y eso que los productos que encontramos en el supermercado son mejores que nunca; son la utopía distópica de la Arcadia. ¿Por qué pasa esto? Las razones son muchas y todas tienen su parte de influencia. La Mujer se emancipa y empieza a trabajar, por lo que deja de tener tiempo para cocinar para la familia, cada vez es mayor la parte de la población que no sabe cocinar, la industria alimentaria gana más dinero con la comida elaborada y te incita a que la compres (que no es mala, pese a la creencia habitual), no tienes tiempo para cocinar, no te apetece o te da pereza. Y, en definitiva, acabamos buscando la caloría más barata, lo cual nos pasa factura en nuestro organismo mientras nos quejamos de la dieta de los demás.

Nuestro ritmo de vida, voluntario o no, rompe con la necesidad de socializar a la hora de alimentarnos. También nos gusta tener un rato de desconexión, un tiempo para pensar con tranquilidad. Seguimos el ritual social de cocinar esa caloría barata que hemos comprado, nos sentamos en la mesa, comemos a toda velocidad, recogemos y aún tenemos que limpiar y fregar; menuda pérdida de tiempo. Y, además, luego el estómago te hace ruidos raros porque no te alimentas bien.

Asumiendo que la faceta social está presente a lo largo de todo el día, que no hay necesidad real de comer (como ritual social) y que por mucho que mires tu alimentación diaria, salvo que cuentes con ayuda de nutricionistas, llevar una dieta equilibrada es complicado y lleva mucho tiempo y dinero. Desde un punto de vista materialista, lo adecuado sería conseguir un alimento totalmente equilibrado, barato y si no hace uso del especismo, mejor.

A principios de 2013, descubrí a Rob Rhinehart y su proyecto (Soylent). Soylent se define como comida 2.0 y es un compuesto nutritivo fabricado con la intención de sustituir todas las necesidades alimenticias del ser humano. Desde que empezó con una campaña de micro mecenazgo hasta el día de hoy, ha pasado mucho, la receta inicial (que no se comercializaba) mejoró e incluso hay una empresa en España que produce su propio producto (Satislent) aunque el principal productor en Europa es Joylent. Se trata de unos polvos elaborados en laboratorio para que no les falte ningún macro ni micronutriente necesario para el cuerpo y están elaborados, principalmente, con harina de soja y con harina de avena, siendo vegetariana y teniendo versión vegana. En la web de cada producto se encuentra la lista de todos los ingredientes que contienen dichos compuestos.

A principios de agosto, tras seguir el proyecto desde que era tan solo una idea, después de leer mucho y meditarlo, decidí lanzarme y probar Joylent (Soylent no se vende en Europa) por los hechos que he expuesto antes y por los que expondré más adelante. Antes de probarlo, deberías asegurarte de que no tienes alergia a ninguno de sus ingredientes y comprender que está calculado para unos estándares metabólicos determinados (con los que coincido), aunque no deberías tener ningún problema si adaptas las raciones y te revisas la tabla nutricional. Viene en bolsas cerradas herméticamente del tamaño de la ración diaria recomendada, que te distribuyes a lo largo del día. Tiene varios sabores y aunque al principio la textura resulta extraña, al final te acostumbras; es más líquida que una papilla. Hasta el día de hoy, lo he tomado a diario como único alimento y, por el momento, no tengo intención de dejarlo. Pasas a tener una dieta equilibrada, siempre que hagas cuatro o cinco ingestas diarias (desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena), no pasas hambre (tampoco sientes la necesidad de comer), tienes más energía y hasta puedes hacer deporte. Regulas la función intestinal y cambias tu olor corporal, haciéndote más sensible al de quien te rodea y al tuyo propio si un día concreto tomas algo diferente (si no comes carne, sabrás de lo que hablo). Tras mes y medio, a finales de septiembre, acudí a hacerme análisis de sangre y, tras compararlos con los del año anterior, mostraban una reducción del colesterol y estabilización del resto de parámetros.

Alimentándote así estás rompiendo un tabú cultural muy importante y que la sociedad no se cuestiona. Lo normal son las preguntas, muchas preguntas, y muchos cuñados. Están los típicos que te dicen que te vas a poner como un ‘tete’ con esos batidos de proteínas, a lo cual sonríes y asientes. Está quien te mira con desprecio. Quien no lo entiende, “si las croquetas son lo mejor del mundo y tú quieres alimentarte de batidos”. Quienes afirman que “eso no puede ser bueno y te vas a poner malo”. A quien no le gusta, pero entiende que no es decisión suya. Quien te hace bromas (sin mala intención). Quien cree que te ofende. Quien trata de darte envidia comiendo algo que casualmente no te gusta. Quien afirma que “no es natural”. Quien te dice que “eso seguro que son todo químicos”, como si no consumiesen a diario NaCl y largas cadenas de C12H22O11, así como diversos productos ricos en carbono. Quien siente curiosidad y te pregunta por el día a día o por los batidos. Quien se anima a probarlos e incluso quien se los compra para sí.

Sin duda, surgen muchas anécdotas y cada una de ellas te hace reflexionar sobre la concepción cultural de la sociedad y de aquellas personas que te rodean. Es un proceso de aprendizaje antropológico el que vive aquella persona que decide optar por romper con este tabú, tan anclado en las sociedades en las que vivimos. Dentro de los espacios progresistas en los que me muevo, donde debería subyacer el materialismo como corriente filosófica, es quizá donde más oposiciones firmes he encontrado en contra, incluso provenientes de personas vegetarianas usando los mismos argumentos que más de una vez se habrán tenido que escuchar, pero también ha sido donde más posiciones a favor he encontrado, junto a los espacios científicos. Independientemente de tu grado de sociabilidad, entiendes el paradigma cultural que supone lo que haces y si un día vas a cenar con tus amistades, no llevas el batido, porque ahí, la cena, sí tiene una función social y lo que buscas no es necesariamente alimentarte si no desarrollar las construcciones sociales en torno a tu círculo de amistad, al menos, mientras no se pasen a los batidos.

Además de un planteamiento filosófico, alimentarse así es un ejercicio de responsabilidad para con el entorno y con la sociedad. La tecnificación de la agricultura permite mayores producciones con menor cantidad de recursos, lo cual se traduce en una menor huella de carbono en la alimentación. Con esta forma de alimentarse, estás reduciendo la industria ganadera (responsable de una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero) y gran parte de la industria agrícola dedicada a la explotación para piensos. Uno de los principales paradigmas con los que nos encontramos, es el incesante crecimiento de la población humana, que no hace sino aumentar el consumo de recursos del planeta, siendo estos limitados. Habrá quien diga que el problema es el modelo de producción, y tiene razón, a medias, el modelo capitalista hace que se produzca más comida de la que se consume y el resto acaba en la basura, pero el problema no se resuelve llevando a unos países la comida que sobra en otros, si no que todos los países produzcan en función de sus necesidades y no basta con usar el mismo número de hectáreas (o más) distribuidas en más países si no disminuir la superficie de producción agrícola convirtiéndola en terreno forestal y haciendo que el terreno de cultivo sea más productivo gracias al desarrollo tecnológico de la agricultura y a la propiedad de los medios de producción.

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Desde 'Joylent & Me'

16 ago 2016

El vehículo autónomo y el proletariado

Imagina que vas conduciendo en tu coche y te empiezas a encontrar realmente mal, y lo último que recuerdas es indicarle al coche que te lleve al hospital. Cuando despiertas, estás en el hospital y atendido por el equipo de médicos del centro sanitario. Esto es lo que le sucedió a Joshua Neally a principios de agosto tras sufrir una embolia pulmonar, el coche condujo cerca de 20 millas y se detuvo en la rampa del hospital; pudo ser dado de alta al final del día.

Tras un suceso como este, nos deberíamos de preguntar si la opción más prudente debería haber sido detenerse en el arcén y llamar a una ambulancia, que llevan equipo medicalizado y no depender del autopilot del Tesla. Sin embargo, aunque a día de hoy no tenemos coches autónomos comerciales, queda patente que la tecnología existe y puede ser realmente útil y valiosa.

El vehículo eléctrico y autónomo supone un cambio radical en la estructura socio-económica actual, hasta niveles que no somos capaces de vislumbrar. Y, como eje, afectando a numerosos sectores que se verán en un cambio drástico.

Desde la agricultura, ya en el año 2008 nos podíamos encontrar con sistemas tecnológicos que dotaban a los tractores de autonomía. A día de hoy, puedes comprar uno de esos equipos por un precio inferior a los 3.000 euros. Incluso John Deere, la mundialmente conocida fabricante de maquinaría agrícola, dispone de la opción de incluir uno de estos sistemas en sus vehículos ya en fábrica. Un equipo realmente sencillo (comparado con otras tecnologías domésticas) que funciona mediante coordenadas programadas de GPS, de la misma manera que funcionan los drones civiles (esos juguetes que valen 300 euros). Este sistema te permite controlar al centímetro el trazado que realizará el tractor y, con esto, hacer un uso eficiente de la gasolina al no repetir metros cuadrados, lo que te permitirá economizar en el arado, en la siembra, en los fitosanitarios y en la cosecha. Por si fuera poco, el tractor puede estar funcionando las 24 horas al día, necesitando únicamente de los consumibles requeridos. Sin entrar a detallar, las 'smart farms' (granjas inteligentes) son edificios domóticos que obtienen un rendimiento de cultivo entre 5 y 10 veces superior al estándar con un consumo hídrico del 10% por metro cuadrado, y tampoco requieren de mano de obra humana.

En el transporte civil nos encontramos con grandes cambios. Por un lado, algunas ciudades apuestan por el uso responsable del automóvil, el uso del transporte público y fomentan la bicicleta, con el fin de reducir la huella de carbono y mejorar las condiciones ambientales de la ciudad, que no es poco. Cada día hay más vehículos híbridos y con el paso de los años, serán totalmente eléctricos y autónomos, la huella de carbono disminuirá, el uso de energías no renovables caerá y tendremos siempre el coche a nuestra disposición, que pasará a buscarnos como si fuese el Knight Rider (aká 'coche fantástico'), hasta nos hablará con Alexa, Siri, Cortana o el asistente que tengamos. Hasta los autobuses serán autónomos.

Tenemos numerosas empresas de automoción trabajando en el coche del futuro, que será eléctrico y autónomo. Empresas como Google, Apple, Audi, BMW, Mercedes, Ford, Citroën-Peugeot, Honda o Kia, por nombrar algunos ejemplos, están detrás del desarrollo de este tipo de vehículos. Hasta puede que nos encontremos con el famoso hacker George Hotz liberando un kit para convertir nuestro coche de gasolina en autónomo, quién sabe. Pero si el coche es capaz de funcionar por sí mismo, ¿qué hacer con el coche cuando no lo utilicemos? Tenemos el sector del taxi, cuyos puestos de trabajo dejarán de ser necesarios.

Uber lleva funcionando algunos meses en Pittsburgh, con un modelo híbrido y autónomo de Ford, aunque con conductor por ahora que vigile el correcto funcionamiento del vehículo. De manera que, el día de mañana, cuando queramos llamar a un taxi, entraremos en la aplicación de Uber y nos llegará un vehículo autónomo, a cualquier hora del día e independientemente de la calle en la que te encuentres y, desde la propia aplicación podremos indicarle la dirección de destino, al igual que pagar el trayecto con el móvil (algo cada día más habitual). Y lo más importante, la necesidad de tener coche en propiedad disminuirá y, con ello la flota de automóviles de las ciudades.

Sobre la seguridad de estos vehículos mucho se ha hablado pero poco con datos. Con Tesla, el coche comercializado con piloto automático, que no de conducción autónoma, ha tenido cuatro accidentes, uno de ellos mortales, en más de doscientos kilómetros recorridos. En el caso de haberse debido a un mal funcionamiento del vehículo, estaríamos hablando que la tasa de accidentes está en la media de los países en los que peor se conduce y, en este caso, estaríamos comparando la capacidad del vehículo a la de una persona. Si nos atenemos a los datos obtenidos de los coches accidentados, descubrimos que estos se han producido por un mal uso intencionado del autopilot, donde la responsabilidad, en último caso debería recaer sobre el conductor y, en este caso, la tasa de accidentes se situaría en la misma que los países con menos accidentes. Si tenemos en cuenta que es una tecnología que está dando sus primeros pasos, en el futuro deberemos plantearnos si es seguro que conduzcamos las personas frente a que lo haga el vehículo autónomo. En el caso de Ford y Uber, en fase experimental, han tenido más de un accidente. Sin embargo, la estrella del ranking es el coche de Google, el más prometedor, que en más de 60 accidentes en los que se ha visto implicado, solo uno de ellos ha sido culpa suya y fue debido a una prioridad de paso mal programada, donde el resultado fue un espejo retrovisor roto, nada más.

El vehículo autónomo también afecta al transporte de mercancías. Flotas interminables de camiones que se desplazarán de manera autónoma sin ningún conductor atravesando miles de kilómetros de carretera. La capacidad de las baterías es uno de los inconvenientes que debemos de tener presentes a día de hoy y en los camiones, por ahora, sería más complicado de integrar. Ya hay empresas como Mercedes, Scania o Volvo (hay más empresas) que están trabajando en los camiones eléctricos y autónomos (el sueño de Homer Simpson sacado de la pequeña pantalla). Suecia, con el compromiso de tener un transporte libre de combustible fósil en 2030 ha decidido abrir una autopista eléctrica con un sistema del siglo XIX, las catenarias, y unos camiones híbridos que reducirán en gran medida las emisiones de CO2 del país. Mercedes, además, prueba en las autobahn alemanas sus trenes de carretera (convoy de camiones), donde todos los camiones se sincronizan al camión de cabecera, que es el único que necesita de conductor (aunque por razones de seguridad, de momento, todos llevan conductor). Todos estos métodos de conducción demuestran, hasta la fecha, un uso más eficiente de la conducción y con ello, el ahorro económico y ecológico.

También hay hueco en el mar para los vehículos autónomos, como la propuesta que nos hace Rolls-Royce, donde la gran parte de los barcos que surcan las aguas son grandes porta-contenedores Dejaría de tener sentido contar con grandes tripulaciones de marineros cuando tienes modernas flotas de barcos dotadas de última tecnología, drones y controladas a distancia desde una única sala de gestión. Incluso para la pesca, que ya se cuentan con satélites para detectar determinados bancos de peces (atunes), podría llegar a existir un sistema similar al que propone Rolls-Royce y que además de contar con los satélites que se tienen hoy día y los sonars, se usen drones para facilitar algunas tareas, como estos chicos que capturan atunes desde la costa.

Y si nos vamos a las alturas, el piloto automático es incluso anterior. En 1914 se pudo ver a Lawrence Sperry controlar el avión con las manos en alto; sin duda, fue el precursor del sistema actual. Nada que ver con los sistemas del pasado, el actual sistema automático, que no autónomo, lleva años implantado en la aviación y permite controlar una buena parte del vuelo pero no es capaz de despegar, realizar la ruta y aterrizar él solo. No quitará el trabajo a los pilotos pero sí que supone una ayuda, y tal vez en el futuro les acabe remplazando. Los drones, desde los más baratos a los más caros, pueden ser pilotados a distancia, con rutas programadas y cada vez son más lo que pueden hacer rutas relativamente de manera autónoma y evitando obstáculos sin ayuda. Y si os interesan las motos voladoras, poco a poco (no intentar en casa).

A mediados de junio, la UE proponía que los robots contabilizasen como 'personas robóticas', quizá para adelantarse legalmente al punto de singularidad tecnológica pero sin entrar en cuestiones de inteligencia artificial, lo que se plantea en dicho texto es bastante interesante en cuestiones de material laboral. Cada vez es más habitual que en la industria se sustituya la mano obrera por robots ya que al no sindicarse, no necesitar de derechos laborales y poder trabajar durante 24 horas al día, el coste es menor y los beneficios mayores; de este modo, la UE propone que deberán declarar los ahorros en contribuciones a la seguridad social, con el fin de compensar los cambios laborales que supongan los robots.

¿Qué salario recibes? Depende de si eres una máquina, que no cobras nada o si eres un trabajador, que cobrarás en función de la fuerza de trabajo, en cuyo caso también será escaso. La cuestión aquí no es tanto que salario percibes sino que plusvalía se queda el patrón; en caso de las máquinas y vehículos autónomos la plusvalía sería el total de la masa monetaria del trabajo realizado durante 24 horas al días. Frente al trabajador, cuya plusvalía aunque alta e injusta, seguirá siendo menor que la de la máquina, posiblemente esté en el sindicato, se puede poner enfermo, pueden ser madres, tomará vacaciones, exigirá derechos laborales y sólo trabajará 8 horas. Ante esta lógica, tenemos pocas opciones de mantener un empleo.

No todos los empleos se verán afectados de la misma manera por estas tecnologías, los de carácter creativo y de desarrollo intelectual se quedan al margen al no requerir de estos medios. Del campo al transporte, desaparecerían casi todos los empleos existentes que dan de comer a mucha gente. No solo desaparecerán los empleos sino que la producción aumentará, de igual manera que sucedió en la Revolución Industrial; no era necesaria tanta mano de obra para obtener los mismos resultados. Lo que sucedió entonces fue la adaptación del mercado laboral y la creación de nuevos oficios, que visto desde el presente resulta obvio y un tránsito prácticamente insignificante pero en su día supuso hambre.

A día de hoy no es necesario trabajar, desde un punto de vista de análisis, para poder comer. La sociedad produce bastante más de lo que necesita para vivir, que acaba en la basura o se va acumulando creando inflaciones y las posteriores crisis del sistema capitalista. Si a día de hoy una persona puede producir 10 unidades por día, una máquina autónoma requerirá de 0 personas para producir 40 unidades por día; nos convertimos en innecesarios, laboralmente hablando.

Vivimos en una sociedad capitalista y lo será por muchos años más (¿de verdad?), parece inexistente su cuestionamiento de cara al futuro en tanto en cuanto se propongan alternativas al modelo. Supongamos que esta tecnología se desarrolla en base al capitalismo y durante unas décadas nos toca convivir con ella, ¿cómo lo hacemos? ¿de qué comemos? ¿dónde nos deja? ¿a qué nos dedicamos (quizá Lafargue pudiera aportar aquí)? ¿cómo pagamos el alquiler/hipoteca? ¿habrá una renta básica o subsidiaria como proponía el capitalista Hayek? Y si es así, ¿quién la pagará? ¿Quién posee los medios de producción autónomos? ¿Cuál es el porcentaje de impuestos que pagan? ¿Pagan impuestos? ¿Seguiremos viviendo en una democracia representativa o el Gobierno será un consejo de cúpulas empresariales al estilo TTIP? Quienes no tengan trabajo, ¿acabarán en guetos? ¿Crecerá el movimiento sindical? ¿Y la represión policial? Tenemos muchas más cuestiones que preguntarnos.

Bien podría plantearse la abolición del trabajo asalariado si los medios de producción funcionan sin la necesidad del proletariado. En cuyo caso estaríamos hablando de un Estado con política económica proteccionista que vele por la antigua clase trabajadora y distribuya la riqueza obtenida de la fuerza de trabajo/plusvalía de las máquinas de manera que no haya necesidad en la sociedad. Si bien tengo una idea bastante clara de mi solución, podrían darse varias opciones para obtener un modelo con estas condiciones. La más sencilla sería un Estado similar al actual con mayor presión fiscal sobre las fábricas, de manera que, económicamente, sigan prefiriendo tener robots pero la tasa recaudatoria sea bastante elevada y permita tener una amplia variedad de servicios del Estado. Por otra parte y sin andarnos con medias tintas, siempre nos quedará el Estado Socialista, donde las empresas del Estado sean las responsables de velar por la producción del Pueblo.

23 jun 2014

Tomates de la huerta, ¿con sabor a tomate?

Justo acabamos de entrar en el verano y con estos días de tanto calor, lo que nos apetece son ensaladas y litros de gazpacho, tan refrescante, sano y bajo en calorias, ahora que llegan los días de playa y piscina y que hay que aprovechar para lucir tipo en público, es una comida genial. Todas estas recetas tienen un componente indispensable, que incluso nos comemos directamente de la bolsa y es el tomate. ¡Sí, de color rojo, grande y sabroso! ¡Mm... qué bueno! Aunque no lo vamos a negar, donde le damos más uso es en las pizzas, tanto vegetales como saturadas de carne. Vale tanto de alimento principal como secundario, ¡qué grande es el tomate!

Incluso existe la leyenda urbana que cuenta que es un alimento indispensable en la industria del porno, pues aumenta la cantidad de esperma. Si alguien se anima a hacer la prueba o lo sabe con certeza, tampoco es necesario que nos cuente cantidades, pero siempre está bien que tiremos las leyendas urbanas y nos quedemos con los hechos.

Tanto en el supermercado como en la verdulería que frecuento, encuentro gran variedad de tomates, de muchos tamaños y colores; un sinfín de especies distintas. Yo que siempre los he visto, tanto en casa como en la huerta del pueblo, de color rojo y un tamaño considerable, he de reconocer que a veces me siento perdido entre tanta variedad. Con tanto tomate, ¿cómo decidirnos? Es un tarea de considerable dificultad pero creo me fiaré de las recetas de cocina para elegir uno u otro, al menos por ahora. Sin embargo, no puedo evitar preguntarme de dónde salen las distintas variedades.

Teniendo en cuenta que la mayor parte las especies de plantas comestibles que nos encontramos hoy día provienen de cinco regiones distintas del trópico, tenemos pocos lugares en los que buscar el comienzo del tomate. Desde el primer momento acabamos en la Cordillera de los Andes, allí por la zona de Perú aunque tuvo gran influencia en la cultura azteca (zona de México). De hecho, el nombre del tomate proviene del náhuatl (idioma azteca) en el que lo llaman tomātl (fruta hinchada), pero de los distintos nombres hablaremos después.

Algo que llamaba la atención de los tomates en aquellos días, en el 700 a.C., era la planta y el tomate en sí. La tomatera era una planta rastrera, cual mala hierba en el huerto y daba unos frutos muy pequeños, amarillos y ácidos, con altos contenidos en alcaloides, lo cual lo hacían tóxico.

Darwin hablaba de la evolución de las especies, en la que los seres vivos acababan adoptando diferencias genéticas generación tras generación para adaptarse al medio. La raza humana, por suerte, supo entender esto incluso antes de saber de esta teoría, lo cual sirvió para lograr modificar plantas tóxicas que no aportaban nada para adaptarlas a un medio controlado, el de la alimentación humana, dando como resultado plantas comestibles.

A finales de la segunda década del siglo XVI (1515-1520), ya dada la invasión sobre América, el colonizador Hernan Cortés pudo visitar la ciudad azteca de Tenochtitlán, gobernada por Moctezuma, donde se sorprendió por los jardines de dicha ciudad donde descubrió unas plantas ornamentales de las que se haría acopio, llamativas y con un aroma característico. Dichas plantas, por si todavía quedan dudas, eran tomateras. En su viaje de regreso a Europa, trajo consigo varias semillas de esta planta las cuales se emplearon en engalanar jardines, igualmente como plantas ornamentales.

Gracias a los herboristas de aquellos días, que serían nuestros científicos actuales en el campo de la botánica y la agricultura, lograron aumentar el tamaño de los frutos y reducir la cantidad de solanina, que es un alcaloide muy tóxico que nos encontramos en plantas de la familia de las solanaceas, como la patata, el pimiento y las berenjenas. Si bien es cierto que no todo el mérito es suyo, pues dicho trabajo ya lo habían empezado los aztecas, debemos agradecerles en buena medida el inicio de los actuales tomates.

Se cree que el tomate llegó por primera vez a Sevilla debido a que era uno de los principales mercados internacionales, desde donde se distribuiría a muchos otros lugares del globo. En 1544, el herborista italiano Mattioli hablaba de los frutos amarillos que daba la planta del tomate a la que definió como "mala aurea" y apodo al fruto con el nombre de "pomodoro" (manzana de oro). Diez años después, en 1554, Dodoens, su coetaneo herborista holandés, realizó un trabajo en el que hacia una detallada descripción del fruto y se ganó la reputación de afrodisiaco, lo que explica el nombre de "pomme d´amour" (manzana de amor) en francés. Los europeos también lo introdujeron en el continente asiático a través de Filipinas.

La primera receta de tomate que se conoce era napolitana y data de 1692, que se usaba para preparar "salsa de tomate al estilo español". Aunque no fue hasta 1872 cuando se publicó la primera receta de sopa de tomate, que se le acredita a la cocinera americana María Parloa. Pocos años después, Joseph Campbell triunfó vendiendo sopa de tomate condensada.

En 1731, el tomate fue desclasificado como tóxico. El botánico Phillip Millar se encargó limpiar la oscura reputación del tomate y bautizó una nueva especie como 'solanum lycopersicum', la más común en la actualidad, con más cantidad de licopeno, que es el carotenoide encargado de dar color rojo al tomate y ser caracterizo por ser, además, un antioxidante anticancerígeno muy potente.

Sobre si el tomate es un fruto o una verdura se especula mucho, casi tanto como sobre "el huevo y la gallina" pero en este caso es más sencillo. Es pregunta típica de las encuestas a pie de calle de los talk show. Alrededor de 1890, los importadores de los Estados Unidos introducían el tomate por la aduana como un fruto (lo que es), lo que hacía que no pagasen los impuestos que tenían los vegetales. Ante la enorme popularización de tal fruto, la Corte Suprema lo declaró 'vegetal' para poderlo gravar con impuestos, alegando que "la población lo consumía como tal".

En cuanto a propiedades, el tomate es rico en vitamina A y C, contiene licopeno que es el encargado de dar color rojo (color actual) al tomate y es un potente antioxidante. El tomate, por contra, produce una sustancia tóxica llamada solanina (glico-alcaloide), común en todas las plantas de la familia de las solanaceas que utiliza como defensa ante posibles depredadores y le confiere un tremendo sabor amargo. A medida que el tomate madura, la cantidad de licopeno aumenta y la de solanina disminuye, por tanto, no es aconsejable comer tomates sin madurar. Si solo pudiésemos conseguir tomates verdes, sería necesario calentarlo a alta temperatura ya que es la única forma de acabar con la solanina, o nos podría causar afecciones tales como vómitos, cólicos, dolores de cabeza o ir muy sueltos al baño ya que es un irritante gastrointestinal. En muchas ocasiones, cuando vamos a grandes superficies, sabemos o intuímos que han sido recogidos estando aún verdes y pese a estar rojos gracias al licopeno, tienen cantidades de solanina superiores a lo habitual, por lo que es recomendable comprarlos en rama y dejarlos unos días para que terminen de madurar un poco y así poderlos comer en ensalada sin posibles dolores de estómago. Si son para salsa, no hay problema porque hay que recordar que se soluciona con calor.

Conocida su historia, ¿el tomate que comemos tiene sabor a tomate? Queda claro que el sabor que conocemos es un sabor artificial, que no peor, obtenido gracias a la modificación genética por parte del ser humano a lo largo de generaciones de estas plantas rastreras. Y casi mejor así, pues no entendería la gastronomía sin tomate y tan solo sería una planta que arrancase del jardín si viviése en los Andes. Si has entrado en este post para averiguar que especies de tomate son ecológicas ('naturales') y cuales transgénicas ('artificiales'), siento decepcionarte; todo tomate es 'artificial', pues el original no es comestible. De todos modos, es algo que llevamos haciendo desde hace miles de años con todo lo que comemos, es la domesticación de la alimentación. Como consejo, procura que el tomate esté cultivado y manufacturado cerca de tu casa ya que de esta forma reducirás la huella de carbono y, en la medida de lo posible, ten la certeza de que haya sido producido siguiendo la legislación y con métodos lo más respetuosos posibles con el medio ambiente. Si tienes huerto, además, tendrás la satisfacción de haber visto la planta crecer y saber que "lo has hecho tú".

Para cerrar el post, os dejo dos poemas sobre el tomate que es espero que os gusten casi tanto como el fruto.

"El amor médico" de Tirso de Molina (Acto I, escena VI, verso 805), en que, allá por los primeros años del siglo XVII, en plena Inquisición, decía:

¡Oh anascote, oh caifascote,
oh basquiña de picote,
oh ensaladas de tomates
de coloradas mejillas,
dulces a un tiempo y picantes,

"La muerte del apetito" de Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, que narraba en su coloquio (Versos 1370/1375):

Alguna cosa fiambre
quisiera, y una ensalada
de tomates y pepinos.


Breve reseña sobre datos químicos del tomate:
http://megustaestarbien.com/2012/07/12/sabes-porque-debes-consumir-tomates-maduros-y-no-verdes/